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De dioses y hombres

Lo que podría haber sido un alegato a medio camino entre el sensacionalismo y el artificio (no olvidemos que parte de un suceso real, el secuestro y porterior asesinato de siete monjes cistercienses en el marco de la guerra civil que azotó Argelia durante la década de los 90), en manos del realizador galo Xavier Beauvois se decanta por la prudencia y la pulcritud, principales virtudes de “De dioses y hombres” (“Des hommes et des dieux”), una obra austera, sin alardes y carente de aparatosidad, que se abastece de sus múltiples sugerencias y su serena belleza espiritual.

Publicado: 14/01/2011

Tan incisivo para radiografiar los atolladeros de su generación como titubeante a la hora de encarar un drama policíaco, Xavier Beauvois (cineasta que se ha prodigado poco tras la cámara desde el éxito internacional de la incómoda “N'oublie pas que tu vas mourir”), a diferencia de Assayas, no pretende indagar en las contradicciones que instaura una problemática global de inagotables ramificaciones socio-políticas. Al contrario, franquea con tanta entereza como introspección asuntos poco dados al término medio como la tolerancia religiosa, la calamitosa herencia del imperialismo, o el conflicto existente entre la convicción individual y el dilema colectivo.

A sus protagonistas no los describe como ermitaños enclaustrados en una torre de marfil. Mientras documenta la vida comunitaria de esta congregación religiosa al hilo de oraciones, cánticos, faenas cotidianas y respetuoso silencio, también desnuda la faceta humanitaria y la dimensión social de este monasterio trapense. Consagrados a la posibilidad de ofrecer consuelo sanitario y otras necesidades básicas al desapacible mundo externo que los envuelve, tampoco dudan a la hora de integrarse en las festivas costumbres locales, estudiar con absoluta deferencia los textos coránicos o aconsejar con benevolencia y sabiduría sobre los designios del amor. Armonía que comienza a desmoronarse tras los estremecedores crímenes de sangre perpretados en la región por los más obtusos militantes del fundamentalismo islámico. Lo que hasta ahora había sido un remanso de paz y transigencia mutua adquiere lentamente a lo largo del metraje un cariz de tensión progresiva que avanza hacia un desenlace, que no por presumible resulta menos palpitante.

Entre reproches a las tropelías del agresivo colonialismo francés, los hermanos afrontan una ardua disyuntiva, la de permanecer en esta tierra cruenta o la de huír antes de que sea demasiado tarde, abandonando a su suerte a los desamparados aldeanos, aquéllos que no pueden escapar de sus circunstancias y se convertirán en pasto para los lobos. Repudiando categóricamente la protección de fuerzas militares por las que no profesan mayor estima, el debate interno surge bajo las presiones de una sociedad obcecada en su propia locura. Crisis de fe, apologías del sujeto libre más allá de la muerte y controversias en torno a la figura del mártir (“¿es por Dios o por mera heroicidad?” llegan a cuestionarse) rubrican los distintos estadios de su particular vía crucis hasta la determinación final sobre su proceder.

El director de Auchel apresa el malestar de aquellas naciones que tildamos de “tercermundistas” y propone alusiones poco gratas a la actual labor informativa de los medios de comunicación (“la esperanza no interesa a los periodistas”). Espléndido cuando insinúa la amenaza que acecha en la sombra (el inquietante sonido del helicóptero que sobrevuela el convento o la estridencia de las bandadas de pájaros que nos recuerdan la tempestad que se avecina), Beauvois relega a los últimos minutos el verdadero crescendo emocional de la historia. Botellas de vino que merecen ser descorchadas, una pieza inmortal de Piotr Ilich Tchaikovsky y la clarividencia que ofrecen los rostros retratados desde la cercanía. Una última cena, en la que ya poco importa la liturgia, y que nos remite al texto que inauguraba la película, “vivir como hombres, caer como príncipes”. Toda una lección de principios ejemplarmente singularizada en una conclusión tan sobria como hermosa.

David López

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