En una entrevista que nos concedió hace meses el realizador norteamericano Jim Finn, éste venía a considerarse, por encima de todo, un consultor dedicado en cuerpo y alma a revisar mil y un archivos tras la pista de material que resultase “apto y atractivo para reutilizarlo bajo los cánones de nuestra estética postmoderna”. Posiblemente ello no difiera demasiado del trabajo realizado por Anna Biller en “Viva”, refrescante ejercicio de estilo que parte tanto de la arqueología cinematográfica como de su reactualización contemporánea.
Desde luego, la habitual comparación con la filmografía de Russ Meyer es cuanto menos desafortunada. Tal vez “Más allá del valle de las muñecas”, el título de 1970 que relacionó por primera y última vez el nombre de Meyer con un gran estudio, sea lo más parecido al imaginario de Biller, que realmente no comparte con aquélla ni su espíritu rockandrolero, ni su violenta teatralidad ni sus intenciones finales.
Por un lado, “Viva” bebe del conglomerado sociocultural de la época en la que está contextualizada, los setenta, pura efervescencia pop con suficientes dosis de magazines masculinos tipo PlayBoy, guateques picantes, sexo libre y delirio hippie como para igualmente densificar los colores, el mobiliario retro y el erotismo previo al “Garganta Profunda” de Damiano que inundaba el softcore de la década. La actitud de Biller circula de la pasión cinéfaga que en todo momento desea capturar y revivir el espíritu temático y la fisonomía de las producciones de finales de los 60 y principios de los 70 (con destellos inequívocos de Radley Metzger, Herschell Gordon Lewis y otras cabezas visibles de la era dorada del nudie y las sexploitations) a la farsa conscientemente exagerada de estereotipos, clichés y hallazgos culturales.
Sin complejos de ningún tipo, el cuento moral de Biller nos sitúa a comienzos de los 70 centrándose en Barbi, una mujer que tras este simbólico guiño al icono capitalista oculta las frustraciones de la ama de casa que responde al ideal de perfección femenino fomentado por el incipiente mercado del consumo feroz. Presa en un paradigmático hogar impoluto parido del catálogo de Richard Neutra e ignorada por un marido adicto al trabajo con el mismo porte físico que el compañero de la muñeca de Mattel, Barbi pasa la mayoría del tiempo en compañía de sus vecinos, el matrimonio compuesto por Mark (Jared Sanford) y Sheila (Bridget Brno), amantes de los cócteles al borde de la piscina, las barbacoas y las salidas de tono erótico-festivas, auténticas caricaturas desmedidas que representan perfectamente el concepto de esta película. El fracaso de ambas parejas conduce a Barbi y Sheila a sumergirse en la supuesta “liberación sexual” uniéndose a una casa de citas regentada por una vieja pícara, situación que permite a Biller dibujar con sarna un burlón retrato protagonizado por peluqueros gays que travisten al Z-Man de Meyer, lesbianas que se dedican a la moda, intelectuales que divagan sobre Freud y Marcuse, comunas hippies narcotizadas, artistas bohemios y toda la fauna del momento.
Junto a las interpretaciones estilizadas, la abundancia de desnudos y el descaro de las réplicas del libreto, el elemento que en primer lugar capta la atención del espectador es la dirección artística, realmente fantástica, hecho que la labor fotográfica de C. Thomas Lewis no hace sino realzar hiperbólicamente con texturas cromáticas expresionistamente saturadas y la plasticidad de los soleados ambientes californianos que habían climatizado todo una forma de vida.
No deja de ser pura pretensión fetichista, que en pleno revival del grindhouse, el American Ghotic, el burlesque o las biker movies (“Hell Ride” aún está por llegar) ansía recuperar un paradigma estético pero otorgándole un fondo pretendidamente femenino (que no feminista) que o se acepta como tal, cumpliendo las intenciones previas de su autora, o se contempla como la culminación actual de las obsesiones y las fantasías masculinas que predominaban en el corazón de aquellos títulos.
En cualquier caso, “Viva” nació destinada a lograr fulgurantemente el status de película de culto, consagrando la trayectoria cortometrajística de Biller, todo un cúmulo de referencias al melodrama y el musical del Hollywood clásico o la explosiva llegada del technicolor. Se amará o se odiará, pero "Viva" ya sitúa a su directora en la órbita de otros nostálgicos irremediables como Phil Mucci, si bien lo que en uno es rendida pleitesía al legado de Mario Bava, Russ Meyer, Jean Rollin y Jesús Franco, en el caso de Biller es una apasionada apología de todo lo que significa Something Weird Video: celuloide tan sexy como añejo en continuo estado de shock deseoso de despertar en manos de la sensibilidad avant-garde de nuestro tiempo.