En Punto de Vista, como en otros renombrados certámenes internacionales, se ha hecho más palpable que nunca que etiquetas generacionales, estéticas y temáticas como "generación urbana" (con las que muchos han querido englobar a realizadores de la Sexta Generación como Jia Zhangke, Lou Ye o Zhang Yuan) se han quedado obsoletas cuando llega el turno de refrendar a los nuevos cineastas independientes chinos que han invocado el hiperrealismo, el formato digital y la punzante crítica política, social y cultural como señas de identidad.
Renovadores en cierto sentido, directores como Wang Bing ofertan un cine de ínfimo presupuesto, con rodajes rápidos y espontáneos, de evocadora mirada documental casi siempre en la senda de la reflexión acerca de los males de la China contemporánea. Pretensiones y objetivos que para el régimen establecido no son sino merecedores de censura y ostracismo, triste realidad que ha elevado a Lou Ye ("Summer Palace") o Li Yu ("Lost in Beijing") en figuras trágicas del cine de autor.
Precisamente, "Bingai" de Feng Yan, premiado en el Festival Internacional de Cine Documental de Yamagata, ya había sido comparado con la celebrada "Naturaleza Muerta" de Zhangke (y evidentemente, pronto haremos lo propio con "Up the Yangtze" de Chang Yung, la primera película que obtuvo un contrato en el último Sundance). La relación entre ambas surge porque lo que en el film del realizador de Fenyang era la excusa para retratar mediante varios relatos individuales el desesperanzado porvenir de las gentes de Fengjie ante el imponente avance en la construcción de una presa en las Tres Gargantas en el río Yangtsé, en el caso de Yan asume protagonismo más allá del contexto para presentarse como detonante del drama de Zhang Bingai y su familia. Lo que en una era ficción documental, aquí se transforma en cataclismo humano documentada a lo largo de diez años con una clara vocación pesimista. El desplazamiento incesante y obligatorio de familias campesinas bajo un estricto programa gubernamental para evitar que sus ya de por sí ruinosas casas queden arrasadas por el río, Yan lo describe centrándose en un caso particular, tan solo un ejemplo de las auténticas víctimas del depredador progreso económico y tecnólogico, cuya otra cara no es desde luego nada amable. Por supuesto, la corrupción de los cargos públicos, los conflictos interpersonales cuando está en juego la pura superviviencia, la resignación de un pueblo dolido, los sueños por alcanzar la esperanza donde difícilmente ésta se puede hallar y la propia historia tradicional del gigante asiático afloran en esta espléndida cinta.
Frente a la atroz impotencia de esa antiheroína que representa Bingai, Chan Gao no se conforma con permitir a la cámara adentrarse en el proceso de desintegración de una familia china, sino que capta la obstinada búsqueda de respuestas por parte de Bing, un joven de 20 años al que la separación de sus padres ha dejado en un limbo emocional desmoralizador. Aunque sin incidir en exceso, lo cierto es que la película de Gao vuelve a trazar lazos con la historia reciente de su país y, por ende, de su familia, cuyos valores y actitudes Bing no llega a comprender. La marcha de su padre para compartir su vida junto a un antiguo amor de juventud de su época como miembro activo de las Juventudes Intelectuales del Partido Comunista, sirve a Gao para mostrar tímidamente notas a pie de página centradas en una de las etapas más convulsas del siglo XX cuyos restos para la posteridad son míseros empleos, nostalgia trasnochada y choque generacional. Bing no sólo encuentra dificultades para hallar una réplica que le ayude a superar un divorcio que jamás hubiese creído posible para una historia de amor que suponía a prueba del paso del tiempo, sino que la máxima lección aprendida en el camino es algo muy parecido a lo que el personaje de Angelica Huston enseñaba a sus retoños en la última obra de Wes Anderson: "vive y deja vivir, vive y sé feliz". Carpe diem, a fin de cuentas. Y para finalizar, una dura lección adulta: las verdades suelen ocultar una mentira, mientras que las mentiras envuelven una verdad.
Por su parte, Tan Pin Pin opta en "Invisible City" por la arqueología fílmica para indagar en el rastro oculto sepultado bajo los escombros y el barro de la moderna Singapur. Su ciudad invisible es, nuevamente, la suma de los relatos que conforman la frágil memoria colectiva que gracias a los testimonios visuales y sonoros (desde la narración en primera persona hasta material archivo de valor incalculable) puede mantener aún la quimera de inmortalidad: no caer en la omisión y la postergación. Como uno de los protagonistas anónimos de esta historia bien viene a concretar, si la cámara no apresase estos recuerdos, nunca habrían existido en un clima de indiferencia y amnesia social propiciado por instituciones y los mismos ciudadanos de a pie. Es la ley impuesta por los actuales medios de comunicación y su particular política, que podemos resumir como un terrible "la verdad está en nuestras imágenes". No en vano se mencionó hace tiempo que este era un documental sobre documentalistas, sobre personas que luchan por preservar nuestro pasado. Ironías de la vida, la visita a la isla del emperador japonés confluye con la emocionante crónica de la ofensiva nipona durante la Segunda Guerra Mundial, tan reveladora como la exposición del señor Han ante unos estudiantes incapaces de sentirse atraídos por sus alusiones referentes al activismo universitario en tiempos en los que la libertad de expresión era una cuestión de vida o muerte. Otra pieza imprescindible que en la red ya ha recibido un apoyo considerable, alentado sin duda por el éxito ya obtenido por el anterior trabajo de su realizadora, "Singapore GaGa".