La antaño gloriosa Rusia como carretera inhóspita que conduce a un precipicio. En pocas palabras, la deprimente perspectiva del bielorruso Sergei Loznitsa, excelso documentalista que en su primera incursión en el terreno de la ficción exprime sus mejores virtudes como pintor de costumbres pero se queda a medio gas como narrador de talante anárquico y difuso.
Publicado: 27/05/2010
Rebasado su espeluznante punto de partida (toda una declaración de intenciones), Loznitsa nos introduce a Georgi, un camionero que aún puede valerse de su integridad y su sensatez para recorrer las arterias de una patria desorientada que no parece muy diferente a la gobernada con puño de hierro por Stalin. Prostitutas adolescentes que aprovechan los atascos y la desidia policial para venderse por unos míseros rublos; harapientos fantasmas que se apoyan en un exasperante “fin que justifica los medios” para acometer hurtos de atroz desenlace; ciudadanos anónimos que hastiados aborrecen a los suyos mientras lamentan con envidia lo civilizado de su viejo enemigo alemán. Seres estrafalarios de rostro agotado que evidencian la barbarie institucionalizada, el poder represor que se ejerce con total impunidad y la corrupción de los que detentan el monipolio de la violencia (léase cuerpos de ley y orden). Todo el subtexto de esta parábola puede reconocerse en la moraleja con la que cierra su relato un veterano del frente: “perdí mi nombre en la guerra y desde entonces vagabundeo tras su pista”. Sí, es ésa la crónica del desamparo de una nación cuyos políticos y burócratas han traspapelado su identidad.
Asumiendo en su propio título la cruel mordacidad que acompaña a muchas de sus secuencias, “My joy” ("Mein glück") resulta por momentos tan exageradamente descabellada que cuesta percibir aquí el característico distanciamiento moral de otros cineastas del Este. Lo que es innegable es la tenacidad y la robustez del realizador tras la cámara. Lúcido y agudo cuando escenifica la acción en distintos planos (en un control de autopista, Loznitsa capta en la proximidad a Georgi interrogado por el vigilante mientras podemos observar desde la distancia el coqueteo de otro compañero con una conductora que adivinamos no abandonará con facilidad el peaje), es loable su competencia para compaginar súbitamente diversos focos de atención (la escena en el mercado rural) y armonizar paisajes de belleza indescifrable con elipsis visuales y textos cargados de amarga ironía.
Su abrupto término, una espiral de violencia absurda que produce escalofríos, concluye con nuestro protagonista envuelto en las brumas de la oscuridad, otra metáfora de la república desnortada. En el fondo, cine de terror para colocar en la estantería junto a las alegorías sangrantes del tremendo Aleksey Balabanov.
Sofía en 02/05/2011
Demasiado dura, pesimista y triste...