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"With a girl of black soil": nuestra sociedad a través de los ojos de la inocencia
Publicado: 29/04/2008
Más que posible candidata al Premio del Público que otorga Singapore Airlines e incluso aspirante al palmarés que anunciará el jurado, “With a girl of black soil” del realizador coreano Jeon Soo-il responde a los cánones de ese otro cine de corte independiente que velado por los melodramas taquilleros de producción local afortunadamente ha sido acogido con frenesí por los festivales internacionales.
Aunque apueste por fórmulas conocidas a la par muy del gusto de la parroquia cinéfila, “With a girl of black soil” evita ahogarse en la sensiblería fácil y en las soluciones bienintencionadas instalándose en el drama pero con un tono comedido, prudente y tierno que sin dificultad emocionará a su público potencial. Principalmente por esa niña de ocho años a la que interpreta una joven y encantadora Yu Yun-mi, todo un hallazgo que irremediablemente se convierte en el centro de toda la película.
Yeong-lim vive junto a su padre y su hermano mayor en un pequeño pueblo minero que parece hallarse perdido envuelto en un hermoso manto nevado. Pero la situación familiar dista mucho de ser idílica. Una enfermedad pulmonar ha motivado el despido del padre, un hombre que ha dedicado toda su vida a la minería y se siente incapaz de volcarse en un trabajo distinto. Negándole compensación o ayuda sanitaria, una creciente depresión lo arrojará a los abismos del alcoholismo. En casa las cosas no marchan mucho mejor. Dong-gu, el hermano de Yeong-lim, necesita con urgencia una educación especial que podría evitar futuras carencias pero el atolladero económico en el que se encuentran es un escollo para ello. Finalmente el desahucio de su cochambrosa vivienda atendiendo a eufemismos políticos como “reconversión planificada” los acorrala en un callejón sin salida. A pesar de su corta edad, Yeong-lim tendrá que asumir la responsabilidad de los suyos. Obligada por el desatino de sus circunstancias, la menor deberá aprender a crecer rápido y a tomar decisiones complicadas, aunque su inocencia también reporte consecuencias desafortunadas.
Con escasos recursos pero explotando al máximo la vis emocional y afectiva de la trama, Jeon Soo-il conmociona al espectador con una visión de Corea del Sur para la que nadie nos había preparado. Anestesiados ya para las miserias humanas de la sociedad china (“Bingai” es uno de los ejemplos frescos de los horrores de la política del gigante asiático), su realizador dirige su mirada a un país que también sufre la pobreza, el empleo precario, la insolidaridad y los planes de transformación económica que impulsados por la necesidad de adaptar los medios de la nación a las exigencias del capital mundial han acabado moldeando y modificando los entornos humanos pero también nuestra alma, sepultando una y otra vez bajo escombros la fraternidad y la cordialidad de la que deberíamos hacer gala para con nuestros compañeros de viaje. Aún visto desde la pureza y el candor infantil de los ojos de una niña, es imposible no afligirse ante el descenso en picado de una sociedad que sólo aspira a abandonar en la cuneta a los que más ayuda necesitan.
Consecuente con la humildad de la propuesta y conociendo perfectamente los resortes emocionales del público, su director firma una película que se congratulará con su audiencia, la cual no presentará obstáculo alguno para empatizar con este relato. Lo cierto es que tragedias como ésta, plasmadas con pulcritud y finura, a las que el elemento mesurado otorga ligereza, siempre se acogen con agrado, recordándonos que en esta vida todo puede ser tan amargo como dulce, y como en este caso, sólo tenemos que dejarnos llevar en la sala por noventa minutos dedicados a las alegrías y los sinsabores de la existencia contemporánea.