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Japón Cinema: "Hotaru"

Publicado: 23/10/2007

HOTARU (200O)

Título Original: Hotaru

Nacionalidad: Japón

Dirección: Naomi Kawase

Guión: Naomi Kawase

Intérpretes: Yûko Nakamura, Toshiya Nagasawa, Miyako Yamaguchi, Ken Mitsuishi

Aunque el Premio Especial del Jurado en el último Festival de Cannes la haya colocado definitivamente en el centro de la familia cinéfila internacional, Naomi Kawase no es precisamente ni una debutante ni una advenediza, sólo una gran desconocida para las masas absortas en el mainstream. Tampoco se la ha citado demasiado en las preferencias del avispado cazador de tesoros de autor porque su inexistente distribución en España la ha situado en un limbo que otorga a su filmografía el status de codiciada pieza a descubrir aún.

Ya su primerizo “Suzaku” obtuvo el Premio de la Crítica en el Festival de Rotterdam y la Cámara de Oro en Cannes, galardones que tras una relevante trayectoria en el cortometraje auguraban un porvenir prometedor a Kawase. A la espera del estreno de “El Bosque de Luto” en España (sí, su primer título en nuestra cartelera), no podría haber sido más oportuna la premiere española en Sitges de “Hotaru” (“Firefly“), un proyecto dirigido por Kawase en el año 2000 que desgraciadamente permanecía inédito en nuestras salas. En efecto, parece éste otro de esos innumerables casos en los que películas de reconocimiento global (fue premiada en Locarno y Buenos Aires) no acaban por aterrizar en una cartelera cada día más paupérrima.

La segunda obra de Naomi Kawase presenta prácticamente la mayoría de los rasgos que destacan en la filmografía de la realizadora japonesa. Posiblemente el más significativo y relevante de ellos (así como el que con mayor frecuencia se cita) remite a la no diferenciación entre ficción y realidad, algo manifiesto constatando el habitual estilo pseudo-documental con el que Kawase suele filmar sus películas. Esto justifica su consideración de rara avis de la producción local, algo no del todo cierto si tenemos en cuenta que ni es la primera ni es la última en apoyarse en dicho terreno. No son pocos los que sitúan en el punk cinema de Sogo Ishii (concretamente, la referencial “Burst City”) los prolegómenos contemporáneos de esta tendencia emergente representada por Hirokazu Kore-Eda y Naomi Kawase.

La mirada documental permite describir con naturalismo lo privado y lo público con una frescura y una libertad que en la trayectoria de Kawase alcanza una energía visual y una densidad emocional inauditas. En obras como “Embracing”o “Katatsumori”, la intencionalidad documental se utiliza para forjar una serie de videodiarios en los que la expresión cotidiana y la interpelación cálida y próxima dignifican estampas vivenciales que enmarcadas en un espacio y un tiempo ofrecen una visión única sobre las aspiraciones existenciales y cinematográficas de su realizadora. No debemos olvidar la importancia que en su obra tiene la contextualización ambiental, social y cultural que confraterniza con sus personajes. Desde este ángulo, los panegíricos a la vida que firma Kawase están acreditados en la independencia que parece otorgarle al objetivo de la cámara para apresar los instantes vitales, lo macro y lo micro. Por eso debemos atender más a intuiciones y experiencias que a argumentos razonables de la dinámica cinematográfica actual para comprender el deseo de Kawase de mantener un plano estático con el que capturar la luz que atraviesa una ventana o la calma del paisaje rural.

En “Hotaru”, Kawase nos presenta una difícil historia de amor entre dos individuos que necesariamente deben estar juntos en un contexto en el que la tragedia y el pasado les han marcado profundamente. Yûko Nakamura y Toshiya Nagasawa proporcionan sendas interpretaciones que atienden a esa ansia de credibilidad y espontaneidad que reclama el cine de Kawase. Porque ambos firman dos retratos sólidos, íntimos y terriblemente humanos. Ella una stripper, él un alfarero. La compleja relación que entre ellos se estrecha a lo largo del metraje dejaba entrever muertes y pérdidas, insoportable soledad y búsqueda incesante. En el fondo, sentimientos y emociones que interpelan constantemente a nuestro corazón y a nuestra alma, eso que no podemos describir con palabras o conceptos pero que su autora ha logrado captar y encerrar en imágenes en movimiento. En este sentido, Kawase crea poesía esencialmente temporal que exige al espectador la suficiente paciencia como para que el minutero avance y el fast forward narrativo quede en pausa mientras nosotros contemplamos el interminable fluir de la vida.

Antes de alcanzar en su inevitable final esa segunda oportunidad para vivir que ambos exasperan por encontrar (registrada en una larga secuencia de intensa significación), Kawase nos introduce en un mundo ancestral de ceremonias y rituales bellísimamente fotografiados que representan, junto a ciertos elementos de la naturaleza, las distintas etapas de purificación personal en las que lo sagrado y lo profano se dan la mano. La aproximación a estas liturgias que parecen remitir a tiempos pretéritos hacen hincapié sobre nuestra espiritualidad y sobre nuestras pasiones. Una pasión que explota instantáneamente en los encuentros amorosos de Ayako y Daiji, liberando rápidamente un juego de tiras y aflojas que mantiene en vilo la posibilidad de su unión.

Kawase, aún manteniendo las coordenadas dramáticas de la historia (con especial incidencia en el viaje de Ayako hacia su pueblo natal para visitar a su abuela y, evidentemente, reencontrarse con sus raíces), tampoco renuncia a la sonrisa y la ligereza agridulce. Posiblemente uno de los momentos más divertidos, sugerentes y absolutamente desenfadados del film sea también cuando la combinación de la cámara al hombro, la aportación voluntaria de los actores no profesionales y la osadía de Kawase para emancipar la acción revelan mayor énfasis cinematográfico. Me refiero, por supuesto, a esa escena filmada en un lugar público en plena calle en la que la hermana de Ayako se une a la música y la danza de unos artistas que actúan para un limitado grupo de transeúntes.

Ese deseo extremo por impedir que ficción y realidad se desgarren, ese anhelo por mostrar la vida en lugar de la representación de la vida, ha hecho siempre del cine de Naomi Kawase un experimento excepcional que ningún espectador con sensibilidad y criterio puede dejar escapar.

David López

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